Thomas Mann: arrepentimiento imposible
Repasando al viejo Henry
Miller (Los libros en mi vida) me di de bruces con dos párrafos
desconcertantes en los que abjuraba de Thomas Mann. La caída del caballo se
produjo cuando un pintor irlandés que frecuentaba la bohemia parisina, en una
noche de borrachera, cuestionó la calidad de La Montaña Mágica, de Mann,
libro que el irlandés no había leído. Para demostrarle lo contrario, le dijo
que iba a leer el libro en voz alta. A medida que avanzaba en el recitado, Miller
iba descubriendo que el texto le producía arcadas. Apenas logró llegar a la
página treinta. En un ataque, arrancó algunas y arrojó el libro al suelo. No quiso
repetir la experiencia con Muerte en Venecia , para él “era la
narración suprema”. Eso sí: no volvió a leer a Thomas Mann (Henry
Miller, Los libros en mi vida, Buenos Aires (1973). Siglo XX). Si hacemos caso a Dietrich Swanitz, “en
comparación con sus países vecinos, hasta Thomas, Mann Alemania no dio ninguna
novela capaz de competir con las de Dickens, Flaubert o Dostoiesky”
Mis lecturas de obras de
Mann se produjeron en momentos diferentes de mi vida y, en todos los casos, me
impresionaron. Para ser justos, solo he leído tres, contando La Montaña
Mágica. Además, Doctor Faustus
y, por supuesto, Muerte en Venecia. Es decir, no puede decirse que sea
un profundo conocedor del autor (por ejemplo: no he leído ni Los Buddenbrook),
aunque si un lector impresionable. Miller podía modificar mi percepción del
asunto, y aquello me desconcertó. Decidí consultar a quienes saben del tema y,
además, merecen mi confianza.
Harold Bloom resalta que “Thomas
Mann es el último gran escritor que surge de Goethe, y, tristemente, también
está bastante olvidado, pues al igual que su maestro Goethe, se ve relegado a
las sombras, aunque no para siempre. La ironía humanista no está muy de moda en
esta década de 1990, y no es probable que gane aceptación en lo que serán los
apocalípticos presagios de finales de los noventa” (Harold Bloom, El
canon occidental, Barcelona (2011): Anagrama). Hice más: he vuelto a
leer las tres obras mencionadas para comprobar su efecto en un septuagenario.
La montaña mágica
narra la estancia de su protagonista principal, el joven Hans Castorp, en un
sanatorio de los Alpes suizos al que inicialmente había llegado únicamente como
visitante. Habitaciones cómodas,
magníficas vistas y comida deliciosa. Envueltos en mantas de lana, los
adinerados huéspedes se pasan el día tumbados en las terrazas del
"Berghof", un lugar lujoso, donde los tuberculosos esperan curarse
gracias al aire fresco.
La historia comienza en
1907, cuando Hans Castorp, hijo de un comerciante de Hamburgo y aspirante a
ingeniero, viaja al sanatorio para visitar a su primo enfermo. Su
intención es quedarse solo tres semanas, pero, al final, se convierten en
siete años. Lo curioso es que, en realidad, el propio Hans Castorp
está sano.
Quedó literalmente
absorbido por la vida en el sanatorio. Los pacientes, sus debates filosóficos y
costumbres, las estrictas rutinas sanitarias, las lujosas comidas y la obsesiva
medición de la fiebre. Castorp se convierte en parte de ese mundo.
El sanatorio,
completamente aislado, es un microcosmos que revela la crisis de una sociedad
cambiante. El comienzo del siglo XX es una época de radicales transformaciones.
La industrialización ha variado profundamente la vida, las certezas religiosas
son cada vez más cuestionadas por la ciencia y los movimientos nacionalistas y
socialistas aumentan por igual. La pérdida de los valores tradicionales y la
desorientación provocan tensiones y agresiones, incluso entre el ilustre grupo
del sanatorio.
El héroe de Thomas Mann,
Hans Castorp, también se encuentra con defensores fanáticos de distintas
ideologías que debaten amargamente. Por un lado, está el humanista Lodovico
Settembrini. Por otro, el archirreaccionario jesuita Leo Naphta. En sus
diálogos, el liberalismo y la creencia en el progreso chocan con el entusiasmo
por un régimen totalitario como única forma correcta de sociedad. Ambos se
disputan el favor de Castorp, que se debate entre sus ideas. Al final, se
produce un duelo a pistola entre los dos rivales, en el que Settembrini dispara
deliberadamente al aire a Naphta. Este, por su parte, no puede soportar la
humillación y se pega un tiro de rabia.
El Fausto de Goethe
es la obra más universal de la literatura alemana, y probablemente, Fausto sean
los alemanes a los que los demás países han prestado más atención. Según
Dietrich Swanitz “esto que Fausto lo fuese utilizado como un instrumento al
servicio de la Patria y del Pueblo Alemán, ni que la desmesura de su
protagonista acabase legitimando la conciencia de los alemanes de tener una
misión que cumplir en este mundo. Fue Thomas Mann quien puso orden en todo esto:
El Doctor Faustus (1947)actualiza la obra de Goethe después de la época
nazi. En la obra de Thomas Mann, la música, la embriaguez, el delirio y
Nietzche desempeñan desempañan un papel fundamental, y al final el diablo acaba
llevándose a Fausto, pues éste le ha vendido su alma” (Dietrich Swanitz,
La Cultura, Madrid (2004). Taurus ). Kundera insiste en esta
cuestión “con los ojos puestos en el diabolismo de su nación (escribe esta
novela a finales de la segunda guerra mundial), Thomas Mann piensa en el contrato
que el hombre mítico, encarnación del espíritu alemán, había firmado con el
diablo” (Milan Kundera, El arte de la novela, Barcelona (1987).
Resulta curioso que, en
estos momentos, marzo de 2025, el mundo
de Trump, de Putin, de Orban,… de las extremas derechas varias, de los
populismo insufribles , el Fausto de Mann recupere actualidad.
Mi edición de Doctor
Faustus (Esplugues de Llobregat (1982): Plaza & Janés) tiene 616
páginas y cincuenta y ocho capítulos. Diez días después y concluida la lectura,
se dan tres conclusiones posibles: sé mucho más de historia y cultura alemanas,
he comprobado cómo se pueden dibujar tramas (en continuidad, superpuestas,…)sin
que afecten a la historia y como, a pesar de todo, en algunas referencias (a
San Agustín, La Ciudad de Dios, a Nietzsche, El nacimiento de la
tragedia),…, se nota cierta influencia en Henry Miller.
La muerte en Venecia
la tenía más “fresca” pues es uno de esos libros que se disfrutan leyéndolos
una y otra vez. Coincido con Vargas Llosa cuando afirma que “siempre se
tiene la inquietante sensación de que algo misterioso ha quedado en el texto
fuera del alcance incluso de la mirada más atenta. Un fondo oscuro y violento,
acaso abyecto, que tiene que tiene que ver tanto con el alma del protagonista
como con la experiencia común de la especie humana; una vocación secreta que
reaparece de pronto, asustándonos, pues la creíamos definitivamente desterrada
de entre nosotros por obra y gracia de la cultura, la fe, la moral pública o el
mero deseo de supervivencia social”. Este texto aparece en la introducción
(El llamado del abismo) en la edición del Círculo de Lectores
dentro de la Biblioteca de Plata (1995). Tengo, además, la edición de Plaza & Janés
que compré tras ver la película.
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