Kaddish por quienes cavan una tumba en las nubes

 

Imagen que contiene pasto, foto, vaca, grupo

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La muerte, Marc Chagall



Osé shalom bim-romav, Hu iaasé shalom

(El que hace la paz en los cielos, que haga la paz).

 

 

El kaddish es un panegírico a Dios (a quien no se menciona), al que se pide que acelere la redención. Se utiliza el arameo, que era el idioma en que hablaba el pueblo judío en la Antigüedad, para que todos pudieran entender lo que se decía. El kaddish es una forma de consuelo. Es una plegaria que se reza sólo el público por lo que es necesario un cuórum (minyan) de diez varones judíos como mínimo en el judaísmo ortodoxo, aunque otras corrientes (reformistas y conservadores) admiten que mujeres completen el minyan.

Por su intensidad, no es de extrañar que esta oración haya sido (y sea) una fuente de inspiración para artistas de todo tipo: músicos, escritores, pintores, …

 

Bandas sonoras para una plegaria

 

…tocad más sombríamente los violines

luego subiréis como humo en el aire

luego tendréis una fosa en las nubes

allí no hay estrechez

 

Paul Celan, Fuga de la muerte

 

El kaddish puede inspirar una banda sonora que puede servir de acompañamiento para ciertas lecturas. Algunas composiciones constituyen un paréntesis de deleite que, además, ayuda a comprender mejor el alma de la plegaria.

Maurice Ravel, nada menos, armonizó el kaddish que forma parte de sus Deux mélodies hébraïques. Recomiendo vivamente la interpretación de Steven Isserlis, el gran violoncelista británico.

La Sinfonía nº 3 de Leonard Berstein estrenada en 1963 (y revisada en 1972 y 1977) estaba pensada como un kaddish dedicado al presidente John Kennedy que acababa de ser asesinado. El libreto incluye textos en inglés, arameo y hebreo. Es una obra poderosa (en mi caso la escucho relajado mientras degusto un licor de ciruela añejo).

Una de las últimas canciones de Leonard Cohen fue You want it darker se convirtió en una especie de prólogo a su propio kaddish. Al cumplirse un año de su muerte, se organizó un gran acto de homenaje en Montreal, su ciudad natal. Acompañado por una gran orquesta sinfónica, el coro de la congregación Shaar Hashomayim cantaba mientras sonaba la voz de Cohen (recitado), al final el chazzan (cantor) de la congregación, Gideon Zelemyer, acaba con la frase hebrea hineni (“aquí estoy”). Coro y cantor habían participado en la grabación que incluye esta canción, pero la versión que se hizo en el concierto y la emoción que Zelmeyer es irrepetible.

 

Un dibujo de una persona

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Boris Taslitzky (Francia), Insurrección en Buchenwald 11 de abril de 1945), 1964.

 

De Aushwitz a Buchenwald

A los protagonistas de esta historia, en 1944 les tocó vivir en primera línea el acontecimiento más sombrío de la historia húngara. Hungría, aliada de las potencias del Eje, ya había promulgado leyes que discriminaban a los judíos, sobre todo a partir de 1938. En marzo de 1944, ante el temor de que el gobierno húngaro quisiese separarse del Eje y buscar una paz por separado, las tropas alemanas ocuparon el país. Inmediatamente se inició, liderada por Adolf Eichmann, la operación de exterminio de la población judía, con la colaboración de las autoridades estatales y locales. Edmund Veesenmayer, plenipotenciario del Reich y embajador en Hungría, escribió a su Ministerio de Relaciones Exteriores que la deportación de 325.000 judíos de la región de los Cárpatos y Transilvania había de iniciarse el 15 de mayo: «tal como estaba previsto, se facturarán al destino [Auschwitz] cuatro trenes diarios con 3.000 judíos cada uno, de tal modo que la evacuación de las zonas mencionadas concluirá a mediados de junio». En pocos meses cientos de miles de personas fueron concentradas en guetos y enviadas en vagones de transporte de ganado a Auschwitz. El número total de deportados superó el medio millón. De este modo, el comando especial de las SS y el ejecutivo húngaro llevaron a muchas más víctimas al campo de exterminio que, en dos años y medio, sus equivalentes en Francia.

Uno los libros que me gusta releer de vez en cuando es La escritura o la vida, de Jorge Semprún. El segundo capítulo se titula precisamente “El kaddish”. Narra un episodio de la liberación de campo de Buchenwald donde se encontraba internado por su participación en actividades de la Resistencia francesa. Participó activamente en levantamiento contra los guardianes SS del campo. Un día acompañó a Albert, un judío húgaro que había combatido en las Brigadas Internacionales: “Desde hacía dos días íbamos reagrupando a los judíos supervivientes de Aushwitz, de los campos de Polonía. A los niños y a los adolescentes, en particular, los reuníamos en el barrio de los SS. (…) Albert era el responsable de esta operación de salvamento”.

Una voz, de repente, detrás de nosotros.

¿Una voz? Queja inhumana, más bien. Gemido inarticulado de animal herido. Melopea fúnebre que hiela la sangre en las venas.

Nos quedamos petrificados en el umbral del barracón, justo en el momento de salir al aire libre. Inmóviles, Albert y yo, petrificados, en el linde de la penunbra pestilente del interior y del sol de abril, en el exterior.

Se trataba, no obstante, de una voz humana. Un canturreo gutural, irreal.

Dimos media vuelta y regresamos hacia la penumbra innombrable con la sangre helada en las venas. ¿De dónde salía esa voz inhumana?

No quedaban supervivientes en aquel barracón del Campo Pequeño. Con los ojos abiertos de par en par, desmesuradamente abiertos al horror del mundo, las miradas dilatadas, impenetrables. Acusadoras, eran ojos apagados, miradas muertas.

Habíamos hecho el recorrido, Albert y yo, con un nudo en la garganta, caminando lo más ligeramente posible en el silencio pegajoso. La muerte se pavoneaba, desplegando los glaciales fuegos artificiales de todos esos ojos abierto al envés del mundo, al paisaje infernal.

-        ¿Has oído- dijo Albert en un susurro?

-        Yiddish -exclamó- habla yiddish.

Así pues, la muerte hablaba yiddish.

 

Mientras canturreaba el kaddish decía frases en yiddish (que era también la lengua materna de Albert). Lograron sacarlo de entre el montón de cadáveres y entregarlo a un médico francés. Se trataba de un judío de Budapest que pudo recuperarse.

 

21 fotos del horror del nazismo: aniversario de la liberación del campo de concentración de Buchenwald

Eli Wiesel septimo por la izquierda en la segunda fila de literas (justo al lado de la madera)

Uno de aquellos adolescentes que había sido trasladado de Aushwitz a Buchenwald fue Elie Wiesel, otro judío húngaro, que nos dejó Trilogía de la noche, del que The New York Times dijo que es “un libro sencillo, pero de un poder inalcanzable”. La primera parte se titula La Noche y relata la muerte de Dios en el alma de un niño.

Wiesel acompañaba (y cuidaba) a su padre en aquella marcha de la muerte que describe en La Noche, el primero de los relatos. Cuando llegaron a Aushwitz, vieron como llevaban montones de niños miuertos al crematorio.  

“A nuestro alrededor, todos lloraban. Alguien se puso a recitar el Kadish, la oración de los muertos. No sé si ya ha ocurrido, en la larga historia del pueblo judío, que los hombres reciten la oración de los muertos para sí mismos”.

La víspera de Rosh-Hashanah “millares de judíos silenciosos con la cara silenciosa se reunieron”.

“En otras épocas, mi vida culminaba el día de Año Nuevo. Sabía que mis pecados entristecían al Eterno e imploraba su perdón (…) Ahora no imlporaba ya más. No era capaz de gemir. Al contrario, me sentía muy fuerte. Yo era el acusador y el acusado era Dios. Mis ojos se habían abierto y yo estaba solo, terriblemente solo en el mundo, sin Dios, sin hombres. Sin amor, ni compasión. No era más que cenizas, pero me sentía más fuerte que ese Todopoderoso al que había ligado mi vida durante tanto tiempo”.

(…) Proseguimos la marcha. Los muertos quedaron en el patio bajo la nueve, como guardias fieles asesinados y sin sepultura. Nadie había recitado por ellos la oración de los muertos. Los hijos abandonaron los despojos de sus padres sin una lágrima”.

 

Foto en blanco y negro de la cara de un hombre

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Imre Kertész

Otro adolescente judío húngaro que hizo el mismo recorrido fue Imre Kertész. Nos ha dejado dos obras que aportan matices para comprender este viaje: Sin destino que narra la historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campos de concentración nazis. La otra se titula Kaddish por un hijo no nacido.

En Sin destino (considerada como una novela autobiográfica) hay muchos momentos que ayudan a comprender ciertos mundos judíos. Así el protagonista es marginado por compañeros de cautiverio por no hablar yiddish: “si no hablas yiddish es que no eres judío”. Esta una cuestión que trata en profundidad el historiador Shlomo Sand (La invención del pueblo judío). Otro momento estremecedor es cuando los guardias de la SS ahorcan a tres letones que se había fugado del campo y los habían vuelto a capturar. Los nazis hicieron formar a todos los prisioneros para que viesen la ejecución. En aquel momento, un viejo rabino que estaba presente empezó a murmurar el kaddish, el murmullo se extendió entre los todos incluido el protagonista de la historia: “A mi por primera vez me dio pena, sentí un vacío, incluso cierta enviadia, deseando saber rezar -aunque fuese una sola oración- en la lengua de los judíos”. Y sigue: “Sin embargo, ni la teruqedad ni las oraciones ni nada pudo liberarme de una cosa: del hambre”.

Imre Kertész, que por aquel entonces apenas tenía quince años, fue uno de esos prisioneros.Tras la guerra, regresó a Budapest e ingresó en el Partido Comunista del que fue expulsado en 1950. En su obra se constata como los países estalinistas trataron de relegar al olvido la política nacionalsocialista del exterminio.

Nota 1: Elie Wiesel e Imre Kertész fueron premiados con los Nobel de la Paz y de Literatura respectivamente.

Nota 2: Dos obras imprescindibles sobre el Holocausto, aunque no haya plegarias en ellas son  Si esto es un hombre incluida en la Trilogía de Auschwitz (Primo Levi) o Tablas por segundos (Icchokas Meras).

 

 

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