Flores para Ferpo

La mirada de Ferpo


En una visita que mi madre hizo a una tía suya en Gijón, vio un libro escrito por Fernando Poblet, Ferpo, Tú serás Baudelaire, que acababa de salir. Mi madre sabía de mi relación con el autor, que había sido una espacie de tutor literario en mis primeros paseos por el periodismo diez años antes. Y lo compró para regalármelo en Navidades. Fernando había compuesto, en palabras de Juan Cueto Alas, su prologuista de cabecera, “una espléndida nouvelle de ojos tristes y olores melancólicos”. Aquella nouvelle fue el mejor regalo navideño en mucho tiempo. ¡Cómo se puede escribir tan bien! Por cierto, hubo otros a quienes inspiró el poeta: Bernard-Henry Levy publicó Los últimos días de Baudelaire, pero era otra cosa y, además, Fernando lo hizo primero.  Lo de Poblet son las memorias de su adolescencia. Levi monta una novela sobre un Baudelaire enfermo en vísperas de su muerte. Precisamente, poco antes de su muerte, el poeta escribió frases como: “Soy desmedido. Amo la orgía y le agrego el condimento de la ironía”  o La única y suprema voluptuosidad del amor consiste en la certeza de hacer el mal”.  En 1888, cuando Nietzsche leyó estos fragmentos, se percató de su importancia y no pudo más que afirmar que tendrían el poder de cambiar el siglo. Sin embargo, nadie lo escuchó. ¡No escuchar a Nietzsche que desgrano la genealogía de la moral tiene pecado! Por cierto, si uno repasa la Guía indiscreta de Gijón, descubrirá que, incluso ahí, cobran sentido esas frases de Baudelaire.

El Baudalaire de Ferpo apareció en 1983. Justo ese año había nacido mi primer hijo. El libro tiene cien páginas así que lo (re)leí en casa de mi madre antes de regresar a la mía en Lekeitio. De vuelta a las rutinas diarias, no tenía tiempo para disquisiciones literarias. Además, yo pensaba más en las similitudes entre mi infancia y de la de Fernando que en Charles Baudelaire. La verdad es que,  de este último,  sabía muy poco. Aparte de las obligadas referencias del manual de literatura y aquellas lecturas/antologías “engañosas” o “engañantes” del tipo Así escriben los clásicos franceses, editado, claro, en Buenos Aires. Una especie de antología para quedar bien en una tertulia “culta”. Por cierto, Poblet nunca perdonó que le obligaran a comprar Las mil mejores poesías de la Lengua castellana, volumen al habían arrancado la página dedicada a Espronceda. Esto ocurría en el tiempo en que estuvo interno en el colegio de los Agustinos del El Escorial.

 

Los ojos de Baudelaire impresionaron a Ferpo. Foto Carjat.

Fernando Poblet sí conocía a Baudelaire. Fue capaz de sintetizar su biografía en un folio (de treinta líneas) y, además, en el mismo espacio, se atrevió a preguntarse allá por 1967: “¿Le gustará a Charles Baudelaire -donde se halle-, nacido en Paris hace ciento cuarenta y seis años, que le pongan velas? Se me ocurrio esta pregunta al ver su imagen -foto Carjat- en un libro francés: lucía ojos centelleantes, boca apretada y cara de opio”. Para mí, había llegado el momento en comenzar a “tragar cucharadas de cultura” que era (y será para siempre) una receta ferpiana.

Con dieciséis o diecisiete años comencé a leer en serio a Dumas (que era uno de los autores favoritos de mi padre) y sigo haciéndolo, a Victor Hugo, a  Theophile Gautier y, sin demasiado entusiasmo en aquel momento, Las flores del mal, de Baudelaire. Los cuatro tenían en común su pertenencia al Club des Hashischins (fumadores de hachís), una especie de “club de los porretas”, que se ponen ciegos de costo mientras divagan y creen escuchar oberturas de Felicien David o de Carl María von Weber. Si yo tuviese que elegir me quedaría la de Le Désert, del primero. Es curioso porque el grupo de los hashischins podía representar el colmo de la modernidad. Nada que ver con otras modernidades (como la de la “movida”) que Ferpo desmenuzó en sus crónicas radiofónicas formando luego un volumen memorable titulado justamente Contra la modernidad. En su caso, la banda sonora la ponía Pink Floyd.
La primera edición de Las flores del mal es de 1857, cuando al menos seis poemas fueron censurados por ultraje a la moral pública, y la definitiva se publicó once años después, en 1868. La obra se compone de 151 poemas que parten de las principales ideas románticas –como la búsqueda de la belleza ideal, la huida de una realidad mezquina, la rebeldía, la libertad o el malditismo– para sobrepasarlas y tratar muchos temas considerados entonces prohibidos de forma mucho más libre. El libro de Baudelaire es uno de los más novedosos del siglo XIX. Aun así, él nunca se consideró un innovador. Dividida en seis secciones –Spleen e Ideal, Cuadros parisinos, El vino, Las flores del mal, Rebelión y La muerte–, la obra supone una búsqueda de la belleza y los ideales a través de las zonas más profundas y sombrías del espíritu humano, como la perversión, el dolor, el desarraigo o la autodestrucción. En la edición que tengo, la del Círculo de Lectores, se suman veintiún poemas más.
Para ser justos: Si uno profundiza en el currículo que propone Ferpo en su artículo de La Estafeta Literaria,  verá que el personaje da para mucho más que un folio de treinta líneas. Además, en el mismo número de la célebre revista, aparecen artículos de Julio Mathias, Bernardo Ezequiel Kovenbit y Ramón Gómez de la Serna que ayudan bastante a conocer al personaje. Los editores advierten que el texto de Ramón está tomado de un libro (era el epílogo de una selección de textos del poeta). Se titula “El desgarrado Baudelaire” que, para Julio Cortázar, “es absolutamente una obra maestra”.

Fernando, ataviado con teja y manteo arzobispal, con Javier Rioyo y Manolo Ferraras en El vivo retrato.

 

Baudelaire, tras muerte de su padre, tuvo una adolescencia marcada un ambiente familiar de rígido jansenismo, el movimiento impulsado el obispo Jansenio que,  exagerando las ideas de San Agustín, desde el inicio, se mostró enemigo jurado de los jesuitas. La película La Vía Láctea de Luis Buñuel incluye una escena con un duelo a espada entre un jesuita y un jansenista, mientras discuten de teología, que no deja de recordar alguna escena de Women in Love, película de Ken Russell.
Ferpo tuvo que bregar con agustinos y jesuitas en sus días de colegio y, a juzgar por lo que cuenta de sus experiencias con unos y otros, parece claro que los habría retado a duelo: de uno en uno, o los dos a la vez. Su referencia cinematográfica sería, claro, El vivo retrato, de mi recordado amigo Mario Menéndez, película en la él mismo encarna a un clérigo de teja y manteo. En el film, considerado hoy “de culto”, Ferpo era uno de los eclesiásticos socios de Manolo Ferreras,   “Profesor Roger Springer”, en las operaciones de clonación. Javier Rioyo hace de sí mismo (y de conductor de autobús). Para entonces, ya era una estrella de la radio nocturna.

Tras unos comienzos en Athenea, la revista del Instituto Carreño Miranda de Avilés en el  que estudiaba, comencé a colaborar en La Voz de Avilés. En aquellos momentos, dirigía el periódico Esteban Greciet que me asignó (al menos, eso creía yo) a Fernando Poblet para que me revisase los textos. Siguió haciéndolo cuando José Luis Orosa asumió la dirección y, luego, con Iñigo Domínguez. He de reconocer que, con Ferpo (y, años más tarde, con José Ramón Basterra en Deia), aprendí más redacción periodística que con cualquier profesor de facultad del ramo. Había palabras que Fernando no soportaba. Por ejemplo, “quizás”. El sugería “quizá”: le parecía más recia. Por su culpa, nunca he utilizado “quizás”, a pesar de que algún redactor-jefe tocapelotas lo intentó infructuosamente. Luego, estaba lo de la construcción de las frases (siempre cortas a poder ser), la ironía y el fondo. Fernando me reconstruyó unos reportajes que había mandado desde Estados Unidos (donde pase unas semanas con una beca) y, leyéndolos hoy, me doy cuenta de dos cuestiones no menores. Una: que yo solo había enviado unas notas. Y dos: que mi querido Ferpo habría ocupado un lugar de honor en el Nuevo Periodismo (ocurre que él nació en Gijón y no en Manhattan).


Caricatura de Albuerne

 

Ferpo, a pesar de su gijonudez militante, conocía bien la trastienda del  Avilés de la época (no es que lo diga yo, lo certifica el mismísimo Juan Cueto Alas). Le acompañé en alguna de sus correrías avilesinas por chigres y otros establecimientos, incluidos los locales donde trabajaban lo que él llamaba cabirias, un remedo fellinesco,  desde el Yubana al Bahía (antes, Las Quince Letras). También la acompañaba cuando esperaba el autobús o el Tranvía Carreño que debía devolverle a Gijón (cuando su viejo utilitario le dejaba tirado, que era la mayoría de las veces) No parecía importarle mi condición de chepo, que es como los playus (gijoneses) llaman a los de Avilés.

Pasaron los años, pero, con Fernando, no se dejaba de aprender. Un día, hojeando un ejemplar de Los Cuadernos del Norte en casa de mis padres (una de mis hermanas estaba suscrita), me tropecé con una crítica suya al libro de Alfonso Grosso Con flores a María. Tituló la pieza Escribidlo 100 veces: los señoritos andaluces son muy malos. El mejor ejemplo (en el fondo y en la forma) de cómo escribir una crítica con enjundia. Ferpo se atrevía a tocar a un intocable  (valga la redundancia). Faltaban dos o tres años para que (mi admirado) José Manuel Caballero Bonald soltase el famoso guantazo al caballero Grosso.

Ferpo, a pesar del olvido del dato de los biógrafos oficiales, pasó tres años en Avilés inolvidables (valga de nuevo la redundancia) para algunos.


 

 

 

Habría que leer

 

Baudelaire, Charles

-        Las flores del mal, Barcelona (1970): Círculo de lesctores

-        Poesía completa, Barcelona (1983): Libros Rio Nuevo.

-        Los paraísos artificiales, Madrid (2001): Akal.

Carandell, Luis

-        Democracia, pero orgánica, Barcelona (1974): Laia.

Gautier, Theophile

-        La pipa de opio y otros cuentos, Madrid (1990). Siruela.

Poblet, Fernando

-        “Biografía informal”, La Estafeta Literaria: 377, 26 agosto 1967.

-        Guía indiscreta de Gijón, Gijón (1980): Silverio Cañada.

-        “Escribidlo 100 veces: Los señoritos andaluces son muy malos”, Cuadernos del Norte:6, Oviedo, Marzo-abril, 1981.

-        “El síndrome Vargas”, Cuadernos del Norte:14, Oviedo, 1982

-        Tu serás Baudelaire, Gijón (1983): Noega.

-        Contra la modernidad, Madrid (1985): Ed. Libertarias.

-        Diabluras, Madrid (1987): Ed. Libertarias.

 

 

 


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