Gertrud la genio
Gertrude Stein, Allegheny, 1874-Neuilly-sur-Seine, 1946. Retrato de Picasso.
Gertrud Stein tuvo toda su vida un alto concepto de sí misma. Confesó a Ezra Pound (¡qué se le va a hacer!) que “la raza judía había dado tres genios: ella, Spinoza y Jesucristo”. Es cierto que ella tuvo mucho genio. Y no solo eso, hacia 1914, se había convertido en una especie de elemento esencial de la vida cultural parisina, un puerto imprescindible para todos los visitantes ingleses y americanos. Pero, también fue escritora. Marcelo Cohen la define como “intuitiva y pragmática”. Confieso que, de Gertrud, solo he leído La autobiografía de Alice B. Toklas y, más recientemente, El libro de recetas (Murder in tke Kitchen) de Alice B. Toklas. En la "Autobiografía", Stein utiliza el nombre de su mujer. En recetario es de la propia Alice. Confieso que el primero me produjo cero grados (ni frio, ni calor). El "recetario" recoge sus memorias, es todo un hallazgo. Aunque a Toklas siempre le interesó la gastronomía, no se aplicó a la cocina hasta que se muda con Stein a la casa de rue de Fleurus, en cuya mesa se sentaban Picasso, para quien creó una colorista perca al vapor con mayonesa roja, huevos duros, trufas y finas hierbas, o Picabia, el único pintor que le regaló una receta, una versión de los huevos revueltos.
En 1907, llegó a Paris Alice Babette Toklas, una judía californiana de clase media. Para Stein,
Toklas fue su confidente, amante, cocinera, secretaria, musa, editora, crítica
y administradora, pero se mantuvo fuera de los reflectores, viviendo bajo la
sombra de Stein durante muchos años hasta que esta última publicó sus
"memorias" en 1933 bajo el título La autobiografía de Alice
B. Toklas. Este se convertiría en el mayor éxito de ventas de Stein. Ambas
pasaron el resto de sus vidas juntas, hasta que Stein murió.
La casa de París de Gertrud y Alice fue durante muchos años el punto de encuentro de
un importante grupo literario, donde escritores estadounidenses como
Sherwood Anderson, Ernest Hemingway o Thornton Wilder eran animados por Stein a
desarrollar su propio estilo. Stein fue una de las primeras mecenas de
comienzos del siglo XX y colaboró de forma activa con los pintores del
movimiento cubista. Ella y su hermano figuran entre los primeros coleccionistas
de la obra de Picasso, Matisse y Braque, con quienes mantuvo una estrecha
amistad. A través de sus escritos y su representativa colección personal de
obras contemporáneas sumamente innovadoras, Stein supo llamar la atención de un
amplio círculo internacional sobre el arte moderno.
Como he dicho, Gertrud también fue escritora. Sus
primeras obras de éxito fueron Tres vidas (1908), un estudio
sobre la personalidad de tres mujeres, y Ser norteamericanos (1925),
una novela sobre la historia sociocultural de su propia familia. En ambos casos
desarrolla un estilo narrativo alejado de las convenciones, en el que la trama
queda casi eliminada y emplea una prosa libre y radicalmente innovadora en lo
que a sintaxis y puntuación se refiere. Stein continuó experimentando con las
posibilidades del lenguaje durante toda su vida. En Conferencias (1935),
una colección de charlas pronunciadas durante una breve gira por Estados
Unidos, en 1934-1935, explica algunas de sus teorías sobre la composición
literaria. Otras obras anteriores a la II Guerra Mundial son Brotes
tiernos (1915), un libro de poesía experimental; la novela Lucy
Church Amiably (1930); la Autobiografía de Alice B. (un best seller, así que la única vez que Stein se ganó al
gran público fue suplantando a su amante y secretaria, aunque fuera para hablar
de sí misma, elevándose a la categoría de un genio). En Las
guerras que he visto (1945) Stein relata su vida cotidiana en Francia
bajo la ocupación alemana, durante la II Guerra Mundial, mientras que en Brewsie
y Willie (1946) ofrece un agradable retrato de los funcionarios
estadounidenses con los que mantuvo amistad en Francia. Entre sus escritos
publicados póstumamente figuran La madre de todos nosotros (1947),
una ópera basada en la vida de Susan B. Anthony, con música de Virgil
Thomson, Ultimas óperas y dramas (1949)
y Retratos (1951).
En escritor Manuel Vicent resalta que “Gertrude Stein quería llevar el cubismo
a la literatura. Después de las veladas vanguardistas en el estudio de casa,
lleno de pintores con sus mujeres o amantes, se guardaba la noche para ella.
Escribía hasta que comenzaban a cantar los pájaros. Puede que tuviera más
ambición que talento, pero el hecho de ser incomprendida la llenaba de orgullo.
Con The making of americans intentó contar con largo aliento
de mil páginas la historia de su familia. De pronto vino la guerra. A la Stein
y a su amante Alice las sorprendió en Inglaterra. Vadearon la contienda con una
estancia feliz en Mallorca y cuando, al llegar la paz, regresaron a París el
decorado había cambiado. Matisse estaba en Niza, Picasso en Antibes,
Apollinaire había muerto en campaña. En los años veinte Gertrude Stein dejó de
adornarse con pintores para hacerlo ahora con escritores. Trabó amistad con
Silvia Beach, la propietaria de la librería Shakespeare & Company, y
ella comenzó a acarrearle a su estudio literatos norteamericanos, Ezra Pound,
Hemingway, Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson, pero no el irlandés James
Joyce, al que la Stein odiaba, tal vez porque le había arrebatado la fama entre
aquel grupo de exquisitos con la literatura experimental que ella buscaba. Era
la Generación Perdida, definición literaria que se atribuye a Gertrude
Stein. En realidad, fue una expresión con que el patrón de un taller reprendió
al mecánico, recién llegado de la guerra, que no había sido diligente a la hora
de arreglar una avería del Ford T de la escritora. Ella la aplicó a sus amigos,
con los que mantenía relaciones tormentosas”.
La poeta catalana Andrea Valés resalta que “como judía y
lesbiana, Gertrude Stein no aportó mucho a ambas causas (por decirlo de manera
suave) lo que debió ser inquietante, dado el efusivo interés que puso en los
soldados norteamericanos, a quienes ayudó haciendo de voluntaria en la Primera
Guerra Mundial, al volante de una ambulancia. A saber, qué alimentó su
entusiasmo hacia esos jóvenes. Seguramente un sentimiento patriota, pues en
algo tenía su lado carca. La delatan sus blusas, cuya caída me remite a la
solemnidad de un telón, aunque esto no explicaría la estrambótica sugerencia
que le largó a los judíos, animándoles a aprender alemán y hacerse pasar por turistas
durante la ocupación nazi. En cuanto a su apoyo a Franco, Stein vivió siempre
de rentas. Venía de una familia muy rica y como tal echaba pestes de cualquier
atisbo revolucionario que perjudicara sus intereses. Claro que luego alineó a
Mussolini, Hitler, Roosevelt, Trotski y Stalin en una sola oración para acabar
afirmando que en aquellos días ‘había demasiada paternidad sucediendo y, no
hay duda, los padres son deprimentes’.”
Janet Malcolm (ella misma judía), autora de Dos vidas (la de Gertrud y la de su amante Alice) , quizá el mejor ensayo sobre Stein, se pregunta. “¿Cómo pudieron sobrevivir dos viejas lesbianas judías en la Francia ocupada en la II Guerra Mundial?" Cuando la guerra estalló en 1939, Stein y Toklas, acaso la pareja más pintoresca de las letras estadounidenses, ya habían sido despojadas de su piso en la parisiense calle Fleurus, uno de los escenarios clásicos de la "generación perdida", término acuñado por Stein para referirse a sus amigos literatos, buscavidas y expatriados. Vivían entonces apaciblemente entre frecuentes visitas de Picasso, Hemingway o Man Ray en Culoz, rincón del sur de Francia bajo el yugo nazi desde 1940.Entre esos amigos, con los que a menudo ofició de mecenas, figuraba Bernard Faÿ. Traductor de Stein al francés, fue nombrado ese mismo año -en sustitución de un judío- director de la Biblioteca Nacional. En uno de sus habituales encuentros con el mariscal Pétain, habló en Vichy en favor de "Gertrude, de su genio, del peligro que corría", según recogió en sus memorias, escritas en 1966. Veinte años después de ser condenado por crímenes de guerra, y a los 15 de que Toklas le ayudase a fugarse de un hospital penitenciario con dinero obtenido de la venta de algunas de las obras de arte heredadas de Stein. "El mariscal escribió una carta al subprefecto de Belley en la que [...]", continuaba Faÿ, "daba instrucciones para que se ocupara de que no les faltara calefacción y solicitaba para ellas raciones dobles de carne y mantequilla".
Murió en París, el 27 de julio de 1946. Sus archivos y
documentos fueron legados a la Universidad de Yale, mientras que su colección
de arte fue objeto de litigio familiar durante años y finalmente se dispersó
entre diversas colecciones estadounidenses.
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