IBSEN, HENRIK
De Henrik Ibsen se ha dicho que "es considerado el más importante dramaturgo noruego y uno de los autores que más han influido en la dramaturgia moderna, padre del drama realista moderno y antecedente del teatro simbólico". Cuando le "conocí" no tenía la menor idea de la trascendencia del personaje. Comenzaba a acercarme a los grupos de teatro aficionado en mi Avilés natal a finales de los 1960. Por alguna razón, la mayor parte de aquellos grupos tenían alguna obra de Alejandro Casona -que, en realidad, se apellidaba Rodríguez Álvarez- en su repertorio. Ayudada en la elección su condición de asturiano y de republicano. Vivió unos años en el exilio, la mayor parte del tiempo en Argentina. Algunos amigos pensaron que, sin encomendarnos a nadie, podíamos representar una obra de teatro. Elegimos El suicidio de Lucerito, de Casona, claro. Era una pieza breve, en un solo acto y, aparentemente, accesible. Hubo problemas para completar el elenco y, además, la obra no acababa de convencer a la mayoría. Resultó que El suicidio... completaba un volumen, publicado en 1926, cuya obra principal era nada menos que Casa de Muñecas de Ibsen, convertido, eso sí, en "Enrique". Mis compañeros nos encargaron a otro amigo y a mi que leyésemos la Casa... Mi amigo acabó escaqueándose, como se escaqueaba de las traducciones de griego, y me "tragué" entera. Curiosamente, no fue ésta la única relación entre Casona e Ibsen. En sus días de Buenos Aires, hizo el guion de la película de Ernesto Arancibia basada en la obra del noruego que protagonizó Delia Garcés una de las máximas estrellas de la época dorada del cine argentino.
Henrik Ibsen nació en Skien, una ciudad costera de Noruega donde su padre poseía una destilería de aguardientes que quebró cuando él tenía seis años. Su madre era muy religiosa. A los quince años se fue a vivir a Grimstad, no lejos de su pueblo natal, donde su padre le había conseguido un puesto como ayudante de un farmacéutico. Sus contactos con la familia fueron, por el resto de su vida, esporádicos. A los veinte años era ya un librepensador, entusiasmado con las insurrecciones populares que estallaban en toda Europa. En 1850 fue a estudiar a Cristianía (hoy Oslo). Noruega era por esa época un país regido políticamente por Suecia y culturalmente por Dinamarca. En 1853 aceptó el puesto de director y dramaturgo de un nuevo teatro en la ciudad de Bergen y cuatro años más tarde volvió a Cristianía para dirigir otro teatro que en 1862 cerró por problemas económicos. Este fracaso marcó el comienzo de una nueva época en su vida. Cansado de lo que consideraba estrechez de miras de su país natal, partió a un exilio de veintisiete años por Italia y Alemania, período durante el cual escribió el grueso de su obra. Ya en el pináculo de su fama volvió a Noruega, y en 1900 sufrió el primero de una serie de ataques de apoplejía que afectaron su salud física y mental. Falleció en 1906 y fue enterrado con honores de jefe de Estado.
Una escena de Casa de muñecas
Alcanzó pronto prestigio y reconocimiento. Pero el verdadero éxito le llegó con Casa de muñecas (1879), en la que por primera vez aparece la voz auténtica del autor. La obra provocó escándalo por su osada descripción de una mujer que deja su aparentemente idílico matrimonio a causa de su disconformidad con el rol subordinado que le toca desempeñar en él. Es una heroína fuerte e independiente en contraste con un marido débil y aferrado a su rol patriarcal. Pero su tema es también el efecto anquilosante de las convenciones sociales y la necesidad de rebelarse contra ellas a fin de alcanzar la realización personal. Esta obra no tiene un desarrollo cronológico como las anteriores, sino que trabaja con una técnica retrospectiva en la que el pasado va siendo revelando a medida que avanza la acción.
Desde sus primeros estrenos el 21 de diciembre de 1879 en el Teatro Real de Copenhague y el 20 de enero de 1880 en el Teatro Nacional de Cristianía, Nora, su protagonista, y su portazo final, se convirtieron en bandera del feminismo y su autor en abanderado. Ibsen plantea en esta obra, con el matrimonio Helmer, la relación entre sexos. Según sus propias palabras:
Existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres. [...] Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino.(Notas para la tragedia actual. Ibsen.)
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