COHEN, ALBERT

 


Si comienzo mi perorata con la referencia al libro Der Witz und seine Beziehung zum Unbewussten, penarán (aquellos que no conozcan el alemán) que me he vuelto loco. Traduzco el título El chiste y su relación con lo inconsciente. Autor, como no, Sigmund Freud. Freud, claro, distingue entre chistes debidos a judíos y aquellos que proceden de gentiles. Los de estos últimos "no pasan nunca del nivel de la comicidad o de la burla brutal". Tiene gracia, porque lo mismo piensa Julio Cortazar del humor español, en contraste con el humor británico que exhiben sus paisanos Borges o Bioy. En los chistes judíos, "la condición es que la propia persona participe en el contenido del chiste; condición cuya importancia estriba en el hecho de dificultar al sujeto la crítica o agresión directa, obligándole a buscar un rodeo". Debe recordarse que el doctor Freud era un judío ashkenazí, es decir, de la Europa fría. Hoy, por cierto, cuando hablamos de humor judío. seguimos pensando en "rusos" (ashkenazim): desde los hermanos Marx, Woody Allen, Mel Brooks, pasando por Daniel Ravonovich o Roberto Moldavsky (de Les Luthiers) a Gerárd Oury (el director de Las Locas Aventuras del Rabbi Jacob). Volviendo a Freud: ¿hay un inconsciente común -en cuestión de humor- para todos los judíos? Por favor, leed a Albert Cohen. Estoy seguro de que si Freud lo hubiese hecho -a pesar de que estaba en el consejo asesor de la Revue Juif que dirigía Cohen) , hubiese alterado algunos de los contenidos de Der Witz und seine Beziehung zum Unbewussten,




Abraham Albert Coen nació en la isla griega de Corfou en 1895, teniendo un padre de origen judío de la Suiza francesa y una madre judía de Italia (ambos sefardíes). Su familia, dedicada a la fabricación de jabón, decidió emigrar a Marsella cuando Albert tenía 5 años por el comienzo de la decadencia de la fábrica debido al antisemitismo creciente en la isla. Inició su educación en 1904 en el liceo Thiers, un centro privado católico. El 16 de agosto de 1905 fué llamado «sucio judío» en la calle, hecho que relató en Ô vous, frères humains. En 1909 inició amistad con Marcel Pagnol y en 1913 termina el bachillerato con la mención «assez bien».Trabajó en la Sociedad de Naciones en Ginebra siendo ésta su principal ocupación.


Su narrativa es de gran coherencia al estar centrada siempre en los mismos personajes: Solal y su pintoresca familia. Por su sentido del humor ha sido comparado con Rabelais.



Los epitafios humorísticos son relativamente frecuentes. Más de un difunto (o su familia) ha decidido adornar su lápida con el epitafio falsamente atribuido a Groucho Marx: "Disculpen que no me levante". Winston Churchill hizo honor a su fama de hombre ingenioso y petulante: "Estoy preparado para encontrarme con el Creador; si el Creador está preparado para la pesadez de encontrarse conmigo, es ya otro asunto". Mel Blanc, famosa voz de los dibujos animados de Warner Bros., lo tuvo fácil, eligió: "Eso es todo, amigos". El humorista irlandés Spike Milligan, famoso hipocondriaco, incidió en su manía: "¿Lo veis? Estaba enfermo de verdad".Se trata de una hermosa tradición, mayormente anglosajona. Pero el epitafio más largo, divertido y terrible fue escrito por un hombre nacido en una isla griega del imperio otomano, francés de adopción y suizo por residencia. Albert Cohen (1895-1981), uno de los gigantes de la literatura en lengua francesa del siglo XX. Redactó en 1938 un epitafio para todos los judíos de Europa. Lo hizo en forma de novela y lo tituló Comeclavos.



Con Marcel Pagnol

Marcel Pagnol, amigo de la infancia de Cohen, dejó escrito: «El admirable Comeclavos, un gran héroe cómico de una gracia extraordinaria. El elemento cómico de Comeclavos es judío por su sutileza, por los escollos de melancolía que afloran con frecuencia, por la observación feroz y tierna que lo nutre. Pero esta novela adquiere un alcance general por su humanidad, su saludable risa, su inspiración popular. Su frescura, su picante sabor, su robusta simplicidad le hacen acceder a la majestad de las leyendas populares y las grandes epopeyas.»





Solemnes entre las parejas sin amor, bailaban,

sólo pendientes de sí mismos, gustaban el uno del otro,

concentrados, profundos, perdidos.



Para Mario Benedetti, "Bella del Señor podría ser calificada como un fastuoso libro del amor, o, mejor aún, de la construcción del amor y su minuciosa destrucción por los celos. Extrañamente, este gran Ebro de amor es en el fondo una feroz invectiva contra él mismo. Se ha señalado que es "una búsqueda del absoluto a través del amor", pero cabría agregar que, aun en esa acepción, se trata de una búsqueda conscientemente destinada al fracaso. La relación amorosa entre Solal (alto funcionario de la Sociedad de Naciones en 1936; judío, como el autor) y la refinada Ariane (esposa de otro burócrata de menor nivel y ambición desmedida) tiene tres etapas definidas: la del rampante, gozoso adulterio; la unión estable, rutinaria, casi conyugal; el estallido y la vicisitud de los celos. Para Cohen, el amor es, en más de un sentido, la consagración de la apariencia: cada amante se prepara para la maniobra y la conducta eróticas con la prolijidad y el profesionalismo de una vedette que va a salir a escena. El placer amoroso hereda así una obligada dependencia con respecto a la pericia en el disimulo, la idoneidad en la hipocresía. Se trata, por supuesto, de un placer refinado, impecable, casi mundano; un placer que de alguna manera viene con la etiqueta de su clase y su nivel sociales". (...) Es claro que Cohen adereza toda esa hipérbole con un formidable sentido del humor, y es así que durante extensos capítulos el juego amoroso cede la prioridad al menester de la ironía. Y aunque Solal mantiene siempre un grado de lucidez que lo habilita para burlarse no sólo de su amante, del marido de ésta (el lamentable Didi) o de los obsecuentes subordinados y colegas internacionales, sino también de sus propias maniobras e irrisorias proezas de amor, lo cierto es que el conjunto de la peripecia aparece como desprestigiado y corroído por la burla. Toda la novela es una bofetada conceptual al esquema romántico del tratamiento amoroso (incluso se mofa cruelmente de Proust) y también a la revenida cursilería que puede alcanzar la mundanería casi voluptuosa del que hacer diplomático".



Bella del Señor (y Comeclavos) son parte de una tetralogía formada por Solal (1930), Comeclavos (1938), Bella del Señor (1968) y Los Esforzados (1969). Cuatro obras maestras, maravillosas, divertidas, ... Comeclavos se lleva la palma. No soy el único lector encandilado. Beigbeder termina así su perorata: "Te quiero, Albert Cohen, espléndido carcamal que no necesitaba viagra para seguir siendo vigoroso".

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