CERVANTES, MIGUEL DE
Ha llegado el momento. El
Club del Libro Noruego ha hecho una selección de los 100 mejores libros de
la historia. Dicha selección se ha hecho sin
atender a ninguna clasificación o categorización. Manifiestan que todos los
libros están en igualdad de condiciones, a excepción del libro Don
Quijote de la Mancha, el cual recibió la
distinción de «mejor obra literaria jamás escrita». ¿Qué decir? Kundera
dedica un capítulo de El Arte de la Novela a Miguel de Cervantes. Lo
titula La desprestigiada herencia de Cervantes (a la única a la que
Kundera se siente vinculada). Eso sí aclara que "el creador de la Edad
Moderna no es solamente Descartes, sino también Cervantes". Kundera
encuentra en El Quijote interrogantes, y no una posición moral:
ni es una crítica racionalista del idealismo, ni, por el contrario, es un canto
al idealismo. Nabokov en su El Quijote se cuestiona como los
maestros de la narrativa transmutan en arte el dolor físico o mental, los
sueños, la locura, la bondad, la misericordia... Por si fuera poco, a lo largo
de todas las demás novelas que leamos, el Quijote, en cierto modo
seguirá estando con nosotros. De la misma opinión es Cortazar cuando
habla de modificar una realidad como solo puede hacerlo la más alta creación
literaria y artística. Borjes, ¡cómo no!, sentenció: "el Quijote, que
es el último libro de caballerías y la primera novela psicológica de las letras
occidentales; una vez muerto, lo reverenciaron como ídolo de las personas que
menos se parecen a él, los gramáticos". No se si es para tanto
Gabriel García Márquez aseguraba en sus memorias, Vivir para contarla, que su relación con El Quijote merecía un capítulo
aparte: "Me aburrían las peroratas sabias del caballero andante y no me
hacían la menor gracia las burradas del escudero, hasta el extremo de pensar
que no era el mismo libro de que tanto se hablaba". Como se lo había
recomendado un maestro al que admiraba, se esforzó por tragárselo "como
un purgante a cucharadas". Según recuerda, lo intentó más adelante en
el bachillerato. "Tuve que estudiarlo como tarea obligatoria, y lo
aborrecí sin remedio, hasta que un amigo me aconsejó que lo pusiera en la repisa
del inodoro y tratara de leerlo mientras cumplía con mis deberes cotidianos.
Sólo así lo descubrí, como una deflagración, y lo gocé al derecho y al revés
hasta recitar de memoria episodios enteros". Se ha escrito mucho sobre
cómo, cuándo y cuánto se ha leído El Ingenioso Hidalgo. Incluso está la edición
de Trapiello, "traduciendo" el texto al castellano actual que resultó
un horror. Recuerdo a una profesora de inglés que tuve en Inglaterra, Miss
Macias, que me dijo que los Cuentos de Canterbury o a Shakespeare había
que leerlos tal y como se habían escrito. Para ello, solo necesitaba dos cosas:
ganas y un buen diccionario (yo comencé entonces a utilizar el Concise
Oxford Dictionary. Luego me compré uno en tres volúmenes que se quedó una
hermana mía). En resumen: El Quijote hay que leerlo como fue escrito y
se disfruta. ¡Vaya que se disfruta!
"Don Quijote y los molinos de viento"
Recuerdo
cómo era el primer ejemplar del Quijote que tuve y casi-leí. Era una edición
para niños (también llamadas "escolares"). Tenía tapa dura y lomo de
tela. Si mi memoria no falla, era de la Editorial Hernando. Leída la
edición de aquella manera y aprendido de memoria el arranque del Capítulo
Primero: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor", es decir, lo que todo el mundo
sabe, me convencí de que no necesitaba más. Ya había leído El Quijote que, en
realidad, se titula "El Ingenioso Hidalgo don Quixote de la
Mancha". Estaba muy equivocado. Me lo advirtió mi padre y, más tarde,
lo comprobé cuando, en tercero o cuarto de Bachiller, tuve que leer una edición
más comme il
faut. Esta vez
me pasó lo que a García Márquez. Tardé bastante tiempo en
"acostumbrarme". Ahora, dispongo de la maravillosa edición de 2004
del Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg a la que acudo en momentos de
melancolía (Nota: Espero que no se haya destruido esta edición por parte de la
Editorial Planeta).
A medida que relees El Quijote,
vas apreciando más y más a Sancho Panza, sobre todo cuando arrancan los
diálogos que fundamentan la segunda parte de la novela. Pero, que no busque el
lector humor, y menos humor desternillante. Estoy Nabocov, "la
característica principal de Sancho es la de ser un saco de refranes, un saco de
medias verdades que le salen de dentro como cantos rodados. (...) El caballero,
desde luego, no tiene gracia. El escudero, a pesar de toda su prodigiosa
memoria para los refranes, tiene todavía menos gracia que su señor".
Entonces, si no tiene gracia, ¿qué tiene?
"Y viene Sancho, el carnal
Sancho, - anuncia
Unamuno- el Simón Pedro de nuestro caballero y le pide la ínsula, a lo cual
le responde Don Quijote: 'Advertid, hermano Sancho que esta aventura y las
a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las que
no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos'. ¡Hay
Pedro, Pedro, o digo, Sancho, Sancho, y cuándo comprenderás que no es una
ínsula, no es el poder temporal, sino la gloria de tu señor, el querer eterno,
tu recompensa?"
Sancho imparte justicia
Sancho Panza está gobernando por fin
su ínsula, ese pequeño territorio que le había prometido Don Quijote desde que
comenzaran a cabalgar. En realidad, todo forma parte de un engaño. Los
habitantes del pueblo se hacen pasar por sus súbditos con la aviesa intención
de torturarle y someterle a toda clase de burlas. Es entonces cuando Sancho
Panza se da cuenta adónde le han llevado sus delirios de grandeza. Está amaneciendo
y en lugar de desvestirse para echarse en la cama, se pone la ropa, y va a las
caballerizas. Allí está el burro que le ha acompañado en todas sus desdichas.
Sancho Panza le besa y con lágrimas en los ojos le dice:
—Abrid camino,
señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar
la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para
ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que
quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y
ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos.
Dejo por un rato a don Quijote que
nunca muerte, "pues don Quijote -como dice Unamuno- es, merced a
su muerte, inmortal".
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