BEAUVOIR, Simone
Como he dicho en alguna ocasión, Eterna Cadencia es mi librería favorita de Buenos Aires tras la crisis de las "históricas" de Corrientes (Ghandi -hoy demasiado "limpia" y ordenada- o Losada) o el cierre de Clásica y Moderna. Entre otras muchas cosas, tiene un blog en el que lo más florido de la literatura argentina actual, "lee" un texto. En este caso, la periodista y escritora María Moreno -sobre la Moreno, hay un precioso artículo de Andrea Valdés en El Estado mental- lee El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Comienza así el relato de sus impresiones tras su (re)lectura: "En una habitación de departamento del barrio de Balvanera iluminada por una vela y cuyas paredes estaban cubiertas en toda su extensión por citas literarias al igual que una cave existencialista, yo solía posar de lectora. Y, cualquiera fuese la posición que adoptase ante el libro, siempre podía divisar la puerta donde un corazón dibujado con tiza encerraba los nombres de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Ese gesto digno de la historieta Susy secretos del corazón no era una rareza. Es que antes de mayo del 68 nuestros vínculos —los de los que echábamos manotazos de ahogado para encontrar imágenes soberanas en las que templar nuestra adolescencia— estaban atravesados por el molde de ese par mesiánico. Los ménages à trois aderezados por confesiones laicas que se extendían hasta la madrugada, la pose del alcohol y de la boina, el gusto considerado antiburgués por la oscuridad y los locales sin ventanas, nos hacían acceder a una filosofía a través de su parte más sencilla: la superficie. Y si El segundo sexo se fue convirtiendo poco a poco en algo así como el Libro Rojo de la nueva feminidad, las autobiografías de Simone de Beauvoir (Memorias de una joven formal, La plenitud de la vida, La fuerza de las cosas y Final de cuentas) nos permitían una lectura paradójica de la propia vida: al mismo tiempo como una elección y como una profecía. Para nosotras, las chicas, los insistentes viajes de aprendizaje que solíamos realizar, mochila al hombro y aire amenazante, estaban menos inspirados en las aventuras selváticas del doctor Guevara que en los viajes que Simone solía hacer sola por el mundo. Creo recordar, en uno de sus libros de memorias, una frase irresponsable: “Ninguna mujer puede ser violada por un solo hombre”. Luego Simone detallaba didácticamente cómo se quitó de encima, y mediante unas cuantas monedas, a un árabe que se le sentó entre las piernas mientras ella dormía tranquila y desafiante en el desierto. Pero nuestra importación no era tan turística. No importaba cuántas veces los imperativos de la moda nos llevaran al lecho del líder y a los delirios celotípicos: fundamentalistas, queríamos explorarlo todo en nombre de una libertad que ignoraba cuánto tenía de un totalitarismo íntimo donde el deseo era considerado una fuerza sin barreras capaz de ignorar tanto la existencia del inconsciente como la de la delicadeza. Sin embargo ninguno de esos matrimonios de exploradores duró menos que los monogámicos o tradicionalistas del cuerno. Entre lágrimas nos divertíamos. Hoy esa “nueva sinceridad” que lucha contra la propiedad privada de los cuerpos quizás vive sus vicisitudes en los vínculos entre homosexuales, mostrando que cuestionar el imperativo hétero no exige sólo cambiar al otro sexo por el mismo sino, como quería Foucault, “otro modo de vida”. (...)Fueron esas invenciones privadas las que, publicadas las cartas y diarios de la pareja vedette y cumplidos los derechos a réplica de las supuestas víctimas de esa pasión caníbal, se convirtieron en el flanco débil de la obra de Simone de Beauvoir: las críticas hoy se apoyan fundamentalmente en las vertientes dramáticas del vínculo de ésta con Sartre y en una supuesta misoginia que ni el monumental El segundo sexo pudo expiar. Sin embargo, cabe aclarar que la de Simone de Beauvoir y Sartre no era una “pareja abierta” a la americana, según los códigos de las comunidades californianas de los años sesenta, ni de consumidores de avisos swingle. Para el existencialismo cada conciencia que logra su libertad es una perpetua superación de sí misma hacia otras libertades. Esta acta de los misioneros Sartre y De Beauvoir, que llevaba a no desestimar el amor y la amistad plurales, no podía realizarse sin conflictos ya que no se trataba de una política de la felicidad sino de una exploración de la libertad. ¿Simone de Beauvoir, por haber escrito El segundo sexo, debía mantener con las mujeres relaciones carentes de aristas celosas, envidiosas o despectivas? Más claro: ¿Deberíamos abandonar la lectura de Marx por el trato que le daba a su mucama? ¿A Freud por haberse impuesto la castidad para escribir una obra que otorga una gran importancia a la sexualidad?"
María es argentina, y está acostumbrada a leer de todo (y todo) pero, ¿cómo es posible que una libro de
725 páginas ocupe el número 11 de de los 100 mejores libros del siglo XX según
los lectores de Le Monde y los clientes franceses de la FNAC? Este el
caso del El segundo sexo de Simone de Beauvoir. El cierto que El ser
y nada de su eterno compañero Jean Paul Sartre, que está en el número 13,
suma 776. Me había prometido a mi mismo leer el texto completo para poder sumar
más argumentos cuando converso con mi sobrina Marieta Ordorika, que es una
joven brillante. Pero, me ocurrió algo: comencé a disfrutar de su lectura. Se
lee fácil y lo que dice es interesante (se comparta o no su contenido). Una vez
terminado, uno no puede dejar de estar de acuerdo con Walter Benjamin cuando
dice afirma que "carecemos de la experiencia de una cultura de la
mujer".
El libro fue escrito en 1949 y fue
un rotundo éxito de ventas. La teoría principal que sostiene Beauvoir es que
"la mujer, o más exactamente lo que entendemos por mujer (coqueta,
cariñosa, etc) es un producto cultural que se ha construido socialmente. La
mujer se ha definido a lo largo de la historia siempre respecto a algo: como
madre, esposa, hija o hermana. Así pues, la principal tarea de la mujer es
recuperar su propia identidad específica y desde sus propios criterios. Muchas
-no todas- de las características que presentan las mujeres no les vienen dadas
por su genética, sino de como han sido educadas".
El inevitable Beigbeder considera que Beauvoir con su libro trata de "demostrar que la mujer siempre es definida como SU esposa, SU puta, SU madre. Sin embargo lo que resulta molesto no es ser una madona o una amante o una sirvienta sino ser SU algo, SU objeto, SU lo que sea. El segundo sexo es un título irónico para un panfleto que, a diferencia de lo que ocurre en nuestros días, no aspira a feminizar las palabras, ni siquiera a reclamar la paridad en el parlamento, sino simplemente a conseguir la supresión del posesivo".
Sami Nair recuerda que, tras la aparición el libro, "en Francia, algunos grandes intelectuales, al igual que el Vaticano, condenaron inmediatamente El segundo sexo; entre ellos dos futuros ganadores del Nobel: Albert Camus vio en el libro un ataque detestable contra 'el hombre francés', y François Mauriac, un escritor muy católico denunció una historia sobre .... el culote (¡las bragas!) de la autora. Lo que no impidió que este libro se convirtiese en una especie de manifiesto mundial para la emancipación de la mujer. La fórmula algebraica con la que comenzó lo define mejor que todas sus palabras: 'No se nace mujer: llega uno a serlo'". Además, Simone de Beauvoir rechaza un feminismo en contra del hombre. lo que no está mal.
La obra acaba así:
"Imposible sería expresarlo
mejor. Al hombre corresponde hacer triunfar el reino de la libertad en el seno
del mundo establecido; para alcanzar esa suprema victoria es necesario, entre
otras cosas, que por encima de sus diferencias naturales, hombres y mujeres
afirmen sin equívocos su fraternidad".
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