AZORIN (José Martínez Ruiz)
Lo primero que uno piensa cuando lee
a Azorin es: "¡Qué barbaridad! ¿Cómo se puede escribir tan bien?"
Lo de este hombre es pura sensibilidad. Ángel de Río asegura que es por eso, "lo
que perdura en su obra es el lirismo y la delicadeza de su poder evocador, la
poesía y la plasticidad de sus descripciones y paisajes, su estilo
personalísimo, preciso en el detalle y poético en su efecto".
Pero,...¿le falta sustancia? El idioma sirve para algo más que una simple
descripción.
Cortázar dejó dicho que "a
veces, un tango de Gardel me enseño más que un artículo de Azorín en el plano
de aprendizaje de técnicas de idioma". Del Río, por su parte, subraya
que "la obra de Azorín es relativamente pobre en
substancia, pero de extraordinaria y concentrada pureza y sensibilidad".
Esta vez he leído Pueblo que
apareció por primera vez en 1930 y volvió a reeditarse a partir de 1949. Pueblo
se presentó como la "novela de los que trabajan y sufren":
novela de las cosas y lugares que compartía la vida del verdadero, del anónimo
"pueblo", pero parece que la cosa no está tan clara, Según Mario
Vargas Llosa, "algunos títulos de sus novelas se prestan a
malentendidos":
"Ocurre con una de las mejores
que escribió, pero casi nadie pudo saberlo porque Azorín se encargó de
desorientar de entrada a su público potencial, titulándola Pueblo (1930). Y,
como si no fuera bastante, la subtituló Novela de los que trabajan y sufren,
con lo que probablemente la inmunizó contra toda clase de lectores, presentes o
futuros. Sin embargo, no se trata en modo alguno de lo que sugieren los
tremebundos rótulos de su portada: un libro empedrado de buenas intenciones
éticas y políticas sobre la condición obrera y de denuncia de las iniquidades
sociales. Más bien, de lo contrario, de eso que define la etiqueta: literatura
de evasión. La verdad es que en sus páginas no alienta la menor emoción social,
sólo la emoción estética y que ellas despliegan un abanico de cuadros
preciosistas, de objetos humildes -costureros, sillas, tazas, baúles, cayados,
llaves, lámparas, tejidos, escaparates- exquisitamente realzados -casi
humanizados- por la descripción. Muchos de estos cuadros son simples
enumeraciones, sartas de frases en las que ha sido suprimido el verbo, lo que
les da el semblante de poemas en prosa" (Mario Vargas Llosa, "Las
discretas ficciones de Azorin", en El País, Madrid, 16-01-1996).
Lo he leído dos veces seguidas. La
sensación es la misma en ambas ocasiones: un hermosísimo viaje, ¿a dónde?:
"Un profundo ímpetu que desde la claridad levantina nos lleva al Norte. en
el paisaje, una líneas horizontales; líneas negras. El silencio hondo, intenso;
silencio que en las escala de los silencios es el más denso, el más sedante.
Sentir la majestad de esta panorama norteño; en Guipúzcoa o en Vizcaya".
Después de ésto, quizá habrá que hacerle caso a Julio Cortazar y
"poner" un tango de Gardel. Sin duda el inmortal Esta noche me
emborracho del eterno Enrique Santos Discépolo inunda el alma con palabras
amontonadas: "Sola, fané y descangallada la vi esta madrugada salir del
cabaret"...
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