AUSTER, Paul




 

La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento.

Paul Auster, El sentido del Arte (2006)

 



Hay pocas ciudades tan literarias como Nueva York (en pelea con Paris). Nueva York era la ciudad de las librerías. Llegó a haber un auténtico barrio de librerías, el Book Row, que conocí en sus últimos estertores. Aunque en un emplazamiento diferente, queda The Strand que queda como reducto de las librerías independientes. ¿Qué decir de sus publicaciones literarias? Y, por supuesto, la increíble nómina de escritores relacionados con la ciudad: Walt Whitman, Djuna Barnes, Dorothy Parker, Joseph Mitchell, Truman Capote, Norman Mailer, Gay Talese, Woody Allen, Susan Sontag, Tom Wolfe, Tana Janowitz, Paul Auster




La primera vez que leí al último de los citados, a Paul Auster, fue cuando le concedieron el Premio Príncipe de Asturias. Me encantó su discurso de aceptación que tituló El sentido del arte.  Compré entonces La Trilogía de Nueva York y el volumen que recoge dos de sus guiones, Smoke &Blue in the face. Primera conclusión. Auster es un autor al que se lee fácil. Cumplido el trámite, me olvidé por un tiempo de Auster hasta que, en los albores de la pandemia, leí en Babelia un artículo suyo titulado Los lobos de Stanislav (2020) que me impactó. Localicé luego Un hombre en la oscuridad (2008), otra pieza memorable. Decidí volver a leer La Trilogía con otros ojos.



La trilogía de Nueva York es en realidad una antología de novelas policíacas, conformada por tres relatos: Ciudad de cristalFantasmas y La habitación cerrada. La trilogía se publicó en su versión original en inglés en 1985 la primera parte, y en 1986 la segunda y la tercera, formando cada una de ellas un libro independiente (Sun and Moon Press, Los Ángeles). En la primera historia, Ciudad de cristal, una llamada telefónica envolverá a un escritor en una compleja trama de locura y redención. Fantasmas cuenta las andanzas de un detective atrapado en el caso más extraño de su carrera. Por su parte, La habitación cerrada narra el encuentro de un novelista con sus propios demonios, a raíz de la desaparición de un amigo de la infancia.

 


En la nueva lectura, comencé a tratar de identificar los nombres que aparecen en Ciudad de cristal, más allá de la ficción: Quinn, William Wilson, Max Work: detective narrador, Marco Polo,Hayden: Il mondo della luna. Virginia Stillman (& Peter), Paul Auster, Michel Saavedra (¿Miguel de Cervantes?), Psamtik: Psamético I fue el primer faraón de la XXVI Dinastía que, según Herodoto, se interesó por el origen del lenguaje, Federico II, Jacobo IV: rey de Escocia, Montaigne:  Apología de Raymond Sebon (Raimundo de Sabunde), … La nómina se alarga, claro, pero,  a través de esos personajes, Auster nos muestra y demuestra su sentido del humor, su más que sólida cultura mientras que reflexiona sobre el propio proceso creador, la mezcla entre ensayo y ficción y ese juego de espejos con la realidad tan caro al autor y a sus lectores.

 


Leídas por separado las tres novelas atrapan al lector (porque las tres, en rigor, tienen su propio encanto) pero en conjunto resisten varias relecturas gracias a las interconexiones que tienen. Los juegos metaliterarios (el cuaderno rojo es una figura recurrente en las tres novelas y, se podría decir, en gran parte de la obra austeriana), la ficción y la realidad fundiéndose mutuamente (Quinn haciéndose pasar por el detective Auster, otro Auster dentro de la ficción que remite al que firma la tapa de libro, varios episodios sacados de las propias experiencias del autor) y las referencias a otras obras (El Quijote) dejan al lector con la sospecha constante de que, aunque se resuelva algo, siempre queda otra parte a la sombra.


“¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?

Paul Auster, El sentido del Arte (2006). 


 

 

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